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"Becket, El Honor de Dios" Lautaro Murúa, Duilio Marzio y Norma Aleandro en el Teatro San Martín. Año 1963

Anuncio gráfico de "Becket El Honor de Dios" 11 de octubre de 1963

"Becket El Honor de Dios" de Jean Anouilh se estrena en la sala Martín Coronado, del Teatro Municipal General San Martín (la mayor de las tres salas del teatro con una capacidad para 1049 espectadores) el 11 de octubre de 1963.  Un día después asume la presidencia del país el Dr. Arturo Illia.  Es decir que las autoridades del teatro sabían, desde varios meses antes, que no estarían en sus puestos todo el tiempo en que la obra permaneciese en cartel; serían pronto reemplazados por aquellos que designen desde el nuevo gobierno. Quizás haya sido por eso que, de los 115 millones de pesos que las autoridades del teatro tenían de presupuesto anual, a octubre apenas habían utilizado 54 millones y, además, 20 millones ya les habían reingresado por venta de entradas de esa temporada. (Comparemos; el valor de un departamento de 3 ambientes en pleno barrio de Caballito era de $1.250.000) Un Presupuesto más que suficiente para hacer las cosas bien. 

Mario Rolla, con apenas 38 años de edad a ese entonces, encara el desafío de la dirección de una obra de muy difícil puesta, ya que si se pretende seguir fielmente el original de Jean Anouilh, habrá que resolver, por ejemplo, como una barca con dos personajes a bordo desaparece bajo una ola  y como varios actores se presentan a caballo en más de una escena y vérselas con un total de 26 cuadros con cambios de escenografías, iluminación, vestuarios, etc. además de un texto nada fácil. Pero seguramente a Rolla este tipo de desafíos no le disgustaban demasiado, ya que años después, en el verano de 1975, aprovecha la escenografía natural de la Plaza Roberto Arlt, para montar allí la obra “Plaza hay una sola” de Diana Raznovich. La obra estructurada en 8 partes, la presentó en 8 espacios diferentes de la plaza simultáneamente, así el público se agolpaba en cada escena y podía seguirlas alternadamente y en el orden que quisiera.


Portada del Programa de mano
La escenografía estuvo a cargo de Mario Vanarelli que ya tenía en su haber más de 50 trabajos escenográficos en cine y muchos más en teatro. Se había iniciado muy joven,apenas egresado de la Academia Argentina de Bellas Artes, en el teatro Odeón al poner en escena varias obras de la Comedia Francesa, por aquellos días de visita en Buenos Aires.  Vanarelli fue el escenógrafo preferido de Narciso Ibáñez Menta, que lo convocó tanto para sus puestas teatrales como para sus obras televisivas. 
Duilio Marzio Pieza autografiada

Para su versión de Becket contaba Mario Rolla a su favor con la profesionalidad de un elenco de artistas ya reconocidos; Lautaro Murúa, Duilio Marzio,una joven Norma Aleandro, y una actriz, a la que Rolla había hecho debutar en teatro con "Yerma", la señora Alicia Berdaxagar.  Es justamente ella quien en un reportaje a Luis R. Calvo recordaría así aquel trabajo: "Cuando estuve por ejemplo en el elenco del Teatro General San Martín, entrábamos a las dos de la tarde y salíamos  a las 12 de la noche. Ensayábamos, había un descanso y hacíamos la función de la noche, era un entrenamiento muy grande el que se hacía" 
 


Interior programa de mano

Y esto? 
En el programa vemos publicados dos comentarios, uno del dramaturgo y director Gastón Baty y el otro de  Bertrand Poirot Delpech, reconocido crítico de espectáculos de "Le Monde" en esos tiempos, pero Gastón Baty falleció en 1952 Jean Anouilh escribe Becket en 1959. ¿Cómo pudo Baty hablar de una obra que se escribiría siete años después de su muerte? ¿espiritismo? ¿o es, acaso, el ejemplo que nos muestra la desidia de autoridades en retirada, capaces sólo para el error? Agradeceré que si alguien tiene alguna respuesta a estas preguntas, favor de hacérmela conocer.








Llegó el estreno y tanto trabajo y talento pareciera ser que no alcanzó; al menos para algunas críticas, como las del diario "La Nación" que sólo rescataron el trabajo de Duilio Marzio, pero condenaron desde la escenografía, de la que se dijo que era de pésimo gusto, hasta los trajes de Begara Leumann de los que se dijo que le sobraban cascables. De Norma Aleandro se dijo que era impávida, casi una estatua. Una obra difícil y un grupo de artistas muy talentosos, (¿quién puede dudarlo?) que pese a tantas horas de ensayo, como contaba Alicia Berdaxagar, no pudieron lograr una buena crítica. No obstante el público acompañó en buena medida. Es que el teatro no tiene fórmulas y el éxito es siempre un secreto que nadie conoce.


 LA OBRA:
Jean Anouilh
La obra de Jean Anouilh toma el personaje histórico de Tomás Becket también llamado Santo Tomás de Canterbury, que fue  Arzobispo de Canterbury y Lord Canciller de Inglaterra durante el reinado de Enrique II 
Becket muere asesinado el 29 de diciembre 1170. 
Este martirio de Thomas Becket y la ambición de poder que le dio origen en aquella Inglaterra del siglo XII ya había quedado magistralmente plasmada en 1935, en la obra del gran poeta Thomas Stearns Eliot, (Premio Nobel de Literatura) bajo el título: “Asesinato en la Catedral” con mucho más rigor histórico.
Anouilh, en cambio, se permite despegarse un poco más de la verdad histórica y construye un drama que reflexiona sobre las honduras del alma humana, las tentaciones del poder y la relación entre el poder secular y el eclesiástico. Expone la frecuente discordancia entre dos fuentes de legitimidad: la de la Iglesia y la del Estado, lo temporal y lo intemporal; una discordancia que ha existido siempre, poniendo de manifiesto el dramático esfuerzo del Arzobispo por salvaguardar el honor de Dios, frente al presunto honor de su Príncipe
La analepsis inicial (o flashback, como prefieren algunos denominar a una escena retrospectiva) nos coloca ante la sepultura de Becket:


ACTO PRIMERO
CUADRO PRIMERO
La Catedral. Fondo neutro. Columnas esparcidas. La tumba de Becket, en mitad del escenario. Una losa con su nombre esculpido.
(Dos soldados se apostan a lo lejos. Entra El Rey con su corona. Un Paje le sigue a distancia. El Rey duda un momento. Se quita el manto. Torso desnudo. Cae de rodillas, rezando ante la tumba. Detrás de las columnas, entre las tinieblas, adivinamos unas sombras inquietantes.)
EL REY:
Tomás Becket, ¿estás contento? Aquí me tienes, desnudo, esperando a los frailes de tu Orden. ¡Qué fin más triste ha tenido nuestra historia! Tú, pudriéndote bajo esa losa, con el cuerpo atravesado por los cuchillos de mis barones, y yo aquí, como un cretino, con el torso desnudo, expuesto a las corrientes de aire, esperando a que tus frailes vengan a azotarme. ¿No hubiera sido mejor habernos entendido?
(Becket, vestido de arzobispo, como el día de su muerte, surge tras una columna.)
BECKET: (Dulcemente.)
No podíamos entendernos.
EL REY:
Yo te dije: “Todo, excepto el honor del reino.”
BECKET:
Y yo te contesté: “Todo, excepto el honor de Dios.” Era un diálogo entre sordos.


A Becket lo obsesiona buscar su honor mientras sirve a un rey que en verdad no es el suyo:




BECKET:
¡Si fueras mi verdadero príncipe! Si fueras de mi raza ¡qué sencillo resultaría todo! Te hubiera rodeado de una auténtica ternura... pero yo soy como un intruso en tus filas. Duerme, duerme... Mientras Becket se vea obligado a buscar su honor estará a tu lado. Pero si un día lo encuentra... (Pausa.) ¿Y dónde está el honor de Becket?
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Becket es nombrado canciller y deberá tomar en sus manos el honor del reino :




EL REY:
Señores: se abre el consejo. Os he reunido para tratar sobre esa incomprensible negativa del clero a pagar el impuesto de ausencia... Quiero saber quién gobierna el reino: la Iglesia... (El Arzobispo hace un gesto.) En seguida, señor Arzobispo. La Iglesia o yo. Bien, pero antes de entrar en el fondo de la discusión, quiero daros una buena nueva. He tomado la decisión de restablecer el puesto de Canciller de Inglaterra y Guardián del sello de los tres leones, y concedérselo a mi leal servidor y súbdito Tomás Becket. (Becket no puede evitarlo y, sorprendidísimo, se pone bruscamente en pie. El Rey, bromeando.) ¿Qué te ocurre, Becket? ¿Una necesidad imperiosa? No me extraña. Anoche bebimos mucho. Puedes salir. (Le mira divertido. Becket no se mueve.) Por fin he logrado sorprenderte con algo, ¿eh?
BECKET: (Se arrodilla ante él.)
Príncipe mío, el título que me habéis concedido es una muestra de confianza de la cual temo no ser digno. Soy demasiado joven para un cargo que...
EL REY:
¿Es que yo soy viejo? Eres joven, conforme, pero has estudiado mucho y sabes más que todos nosotros juntos, incluyendo al Arzobispo. (El Arzobispo hace un gesto.) En cuanto a su vida y costumbres, monseñores: bebe, sí, bebe...; le gusta divertirse, pero piensa todo el tiempo. A veces me molesta sentir cómo piensa a mi lado. Levántate, Tomás. Yo no tomaba una decisión, no movía un dedo sin tu consejo, era un secreto; desde este momento será público. (Estalla en risas. Saca algo del bolsillo y se lo alarga a Becket.) Toma: el sello con los tres leones. Ese sello es Inglaterra. Si lo perdieras, Inglaterra dejaría de existir y tendríamos que volvernos a Normandía. No lo pierdas... Ahora, ¡a trabajar!


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Becket efrentará hábilmente al Clero desde su función de Canciller defendiendo el honor de Inglaterra:

BECKET:
La noticia más grave es que desde que hemos abandonado Londres, y hemos pasado al continente, hay un poder en nuestro país que está creciendo de manera alarmante con peligro de anular el vuestro. El poder del clero.
EL REY:
Al final conseguimos que pagasen el impuesto.
BECKET:
Ellos saben que a los Reyes se les calma con unas monedas de plata; pero también saben tomar con una mano lo que sueltan por la otra. Y con habilidad de escamoteadores. Tienen tras ellos siglos de experiencia. Si no ponéis remedio habrá dentro de cinco años dos Reyes de Inglaterra: el Primado de Canterbury y vos. Y en diez años sólo un Rey...
EL REY:
¿Yo?
BECKET:
No. El Primado de Canterbury.
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Becket es nombrado contra su voluntad Arzobispo de Canterbury,  deberá tomar ahora en sus manos el honor de Dios.
EL REY:
Gracias. Levanta. (Lee.) ¡Buenas noticias! Tenemos un enemigo menos. (A Becket que entra muy alegre.) ¡Becket!
BECKET:
Todo está en vías de arreglo, señor. Tropas de refuerzo se encaminan a la ciudad.
EL REY:
Tú lo has dicho. Todo está en vías de arreglo. ¡Dios no nos ha vuelto la espalda! Acaba de llamar a su lado al Arzobispo de Canterbury.
BECKET: (Recibe un golpe)
¿Eh? ¡Pobre! Cuánta fuerza y obstinación en su débil cuerpo.
EL REY:
Bueno, bueno, no malgastes tu pena y considera la noticia como excelente.
BECKET:
Fue el primer normando que se interesó por mí. Se portó como un padre. Dios haya recibido su alma.
EL REY:
Así sea. A Dios, después de todo, le será más útil que a nosotros. (Le atrae hacia sí. Desfigurado). ¡Becket! ¡Qué idea extraordinaria revolotea alrededor de mi cabeza! No sé lo que me ocurre hoy por la mañana, pero pienso con más claridad. ¿Será por haber pasado la noche con una francesa? ¿Estás seguro que no me hará daño tener ideas geniales? Tomás, ¿me oyes?
BECKET: (Sonriendo divertido.)
Sí, príncipe mío.
EL REY: (Excitado como un niño.)
Escucha. La ley impide que yo me inmiscuya en los privilegios del primado. ¿Me escuchas?
BECKET:
Sí, príncipe mío.
EL REY:
Pero si el primado... ¿cómo diría yo? Es algo mío. Si el Arzobispo de Canterbury está a mi lado, ¿en qué podría molestarme su poder?
BECKET:
Bien. Pero no olvidéis que la elección es libre.
EL REY:
¡No! Por primera vez estás equivocado. Cuando el candidato no es persona grata al Trono, el Rey envía un emisario a la asamblea de obispos. Y es el Rey el que tiene la última palabra. Hace cien años que esa asamblea no ha elegido a ningún arzobispo contra la voluntad del Rey.
BECKET:
Les conocemos a todos. ¿En qué obispo confiáis? Con la mitra puesta, una especie de vértigo se apodera de ellos.
EL REY:
Pero yo sé de alguien que no conoce el vértigo, que tiene la cabeza bien sentada sobre los hombros. De alguien que no teme ni el furor del cielo. Tomás, hijo, te necesito una vez más. Tendrás que postergar las mujeres, las batallas, toda clase de placeres..., vas a embarcarte para Inglaterra.
BECKET:
Estoy a vuestras órdenes.
EL REY:
¿No adivinas cuál será tu misión?
BECKET: (En su cara se refleja la angustia de lo que ve venir.)
No, príncipe mío.
EL REY:
Serás portador de una carta dirigida a cada obispo. ¿Y sabes cuál será el contenido de esa carta? Tomás, hermano mío, “mi voluntad real es verte elegido arzobispo de Canterbury”.
BECKET: (Petrificado, pálido, intenta sonreír.)
¿No habláis en serio? ¿A un hombre como yo encargarle de tan santa misión? ¡Sería una gran farsa! (El Rey estalla en risa. Becket se contagia). ¡Qué ejemplar arzobispo iba a ser! Mirad mis nuevas calzas. Son la última moda de París. ¿No os parece lena de encanto esta punta hacia arriba?
EL REY: (Cesa de reír.)
Basta, Tomás. He hablado en serio. Escribiré las cartas antes del mediodía. Tú me ayudarás.
BECKET: (Pálido. Balbucea.)
Pero ni siquiera soy sacerdote, señor.
EL REY: (Tajante.)
Eres diácono. Puedes, mañana, pronunciar tus últimos votos y ordenarte dentro de un mes.
BECKET:
¿Y qué dirá el Papa?
EL REY:
Pagaré.
BECKET: (Murmura abatido después de un silencio lleno de angustia.)
Príncipe mío: veo que vuestra decisión es firme; pero no la llevéis a cabo.
EL REY:
¿Por qué?
BECKET:
Tengo miedo.
EL REY: (Duro. Como nunca lo hemos visto.)
Es una orden, Becket.
(El órgano de pronto empieza a tocar. Entra un soldado.)
SOLDADO:
La Iglesia está vacía. El señor obispo y el clero esperan a Vuestra Majestad.
EL REY: (Brutalmente a Becket.)
¿Oyes? ¡Vuelve en ti! El Tedeum va a dar comienzo.
(El cortejo se forma. En cabeza el sacerdote y el monaguillo. Becket un poco rezagado al lado del Rey.)
BECKET:
Es una locura, señor. No la cometáis. No podré servir a Dios y a Vuestra Alteza.

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Becket tenía razón; no podría servir al honor de Dios y al del reino. Este enfrentamiento lo llevará a la tumba con la que se abrió la obra:

EL REY:
Yo te dije: “Todo, excepto el honor del reino.”
BECKET:
Y yo te contesté: “Todo, excepto el honor de Dios.” Era un diálogo entre sordos.


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FICHA TÉCNICA
Becket (o el honor de Dios) (1963) 

AUTORÍA
Jean Anouilh

ELENCO
Lautaro Murúa (Enrique II)
Duilio Marzio (Thomas Becket)
Esteban Machado (Paje)
José Canosa (Arzobispo)
Guerino Marchesi (Obispo de Oxford)
Juan José Ross (Obispo de York)
Marcelo Krass (Gilberto Folliot)
Aldo Bigatti (Viejo sajón)
Nelly Roisen (Muchacha sajona)
Norma Aleandro (Gwendolina)
Miguel Padilla (Barón 1)
Miguel Ángel Martínez (Barón 2)
Roberto Pieri (Barón 3)
Mario Morets (Barón 4)
Dora Guzmán (Muchacha francesa)
Emilio Guevara (Monjecito)
Adolfo Ferrari (Preboste)
Ernesto Jauretche (Cura francés)
Santiago Tomassini (Niño)
Guillermo Gatti (Guillermo de Corbeil)
Marta Quinteros (Reina madre)
Alicia Berdaxagar (Reina consorte)
Alfredo Ocampo (El hijo mayor)
Gabriel Garrido (El hijo menor)
Nestor Ducó (Secretario de Becket)
Bernardo Perrone (Luis, Rey de Francia)
Alfredo Álvarez (Barón francés 1)
Ricardo Morini (Barón francés 2)
Loris Zanchi (El Papa)
Ángel Tribiani (El Cardenal)
Osvaldo Flores (Marinero)
Carlos Barnes
Santos Cáceres
Raúl Duarte
Guillermo Gatti
Andrés Guiraldes
Luis La Roca
Juan Carlos Posik
Antonio Souza
Carlos Vitorello

Trajes realizados por Bergara Leumann

TRADUCCIÓN
Francisco Javier

2 comentarios:

Anónimo dijo...

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Unknown dijo...

Cuando se termina la temporada en el San Martín continuamos en El Coliseo con la particularidad de que a uno de los barones lo reemplaza Miguel Beban ( con su antigua nariz)y Guendolina la hace una actriz recién llegada de Francia (Claudia Lapaco) además pareja de Beban. Mi pareja (luego mi mujer) Nelly Roizen integraba el elenco y a mi me todo hacer de Asistente de Dirección del querido Mario Rolla durante esa temporada en El Coliseo