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Por gentileza de Kado Kostzer y Moira Soto de "Damiselas en apuros"

Sara Montiel

¿hay una sola?




Por Kado Kostzer

Quizás las características de su signo astral llevaron a María Antonia Alejandra Vicenta Elpidia Isadora Abad Fernández a diversas reencarnaciones. Es decir que, como el agua que rige piscis, se acomodó al recipiente que la contenía en cada etapa de una nada aburrida vida artística y personal.
Su debut en 1944, con el nombre de María Alejandra, en Te quiero para mí no pasó desapercibido y le siguieron una serie de pequeños roles en films de cierta importancia, casi siempre rubia y con la presencia en el reparto del entonces bien conocido Fernando Fernán Gómez. En ellos ya es Sara Montiel. La gran oportunidad llegó a los 20 años, en 1948, con Locura de amor, donde Aurora Bautista le aportaba unas cuantas pizcas más de locura a su desquiciada Doña Juana. Sara, sobria y casi distante actriz, pero muy bella y relajada, es su rival, mora en el corazón de Felipe el Hermoso interpretado por Fernando Rey. El gran éxito de este melodrama seudohistórico de Juan de Orduña en España y América Latina llamó la atención de la prolífica industria mexicana del cine y Sara acudió presurosa. Aquí termina su primera etapa.

Buena chica en México

Fiel a su premisa autoimpuesta “donde fueres haz lo que vieres”, Sara llegó a México en el rol de perseguida por el franquismo, como intelectual de izquierda y se pegó a la elite de verdaderos exilados republicanos que habían encontrado allí su hogar. En los films perpetrados en los Estudios Churubusco pasó a figurar en los títulos como Sarita, muy adecuado a los roles de buena chica que le asignaban. En esos melodramas o comedias campiranas fue el objeto de deseo de los galanes de turno y especialmente -en tres oportunidades- de Pedro Infante, cuya luminosidad era casi comparable a la de la recién llegada gachupina. Atrás en su España natal había quedado Miguel Mihura, experimentado dramaturgo que, además de amante, fue su mentor.
En el México de comienzos de los ’50 ni su mismísimo presidente fue insensible al magnetismo de Sara. Cuentan los memoriosos que ese rostro, adorado luego por el Eastmancolor, recibió un par de rebencazos propinados por la temperamental Primera Dama en un ataque de celos.
Catorce films y la nacionalidad mexicana -lo que le permitía ¡divorciase!, algo imposible para el resto de los españoles- fueron el saldo y el fin de esta etapa.

Starlet latina en Hollywood

Quizás los contactos del poderoso Miguel Alemán -inventor del mítico Acapulco- sirvieron para que Hollywood le abriese una puertita. En el western Veracruz de Robert Aldrich de 1954 compartió honores con Gary Cooper y Burt Lancaster. Nada mal. Su presencia es radiante. Le siguieron Serenata con Mario Lanza, Joan Fontaine y Vincent Price y El vuelo de la flecha donde fue doblada por Angie Dickinson. Sus roles en el firmamento hollywoodense parecían ser los de furibundas latinas, como en las dos primeras películas, o de india sioux, como en la tercera. Pero Sara no estaba desprotegida. Munida de su pasaporte mexicano había contraído enlace con Anthony Mann -director del más clásico cine americano- que, rendido ante sus encantos y habilidad culinaria, había dado el sí ante un juez. Entre uno y otro film la bien casada starlet deambulaba por las galerías de la Warner, de la Paramount y de la Universal fotografiándose -en el mejor estilo Figureti- con las celebridades de Hollywood, incluidos los difíciles Marlon y Jimmy Dean. ¡Coño!

Cantante y mujer fatal del franquismo

En 1957, un viaje a España para visitar a su manchega familia le cambió el destino nuevamente bajando el telón sobre el breve período en la Meca del Cine. El guión de un film musical, El último cuplé, que como la falsa moneda iba de mano en mano sin que ninguna de las folclóricas del momento se lo quedara, recayó en Sara. En las canciones sería doblada. A último momento la paupérrima producción no podía pagar a una profesional que grabara el play-back y la Montiel fue prácticamente obligada a cantar los temas de la célebre Raquel Meller. Lo hizo con sorprendente buen gusto, gracia e intención. La legendaria cupletista sentenció: “Sara Montiel me imita, canta mis canciones, además tiene voz de sereno”.

Estreno de La Violetera en Madrid
Estrenado durante el insoportable verano madrileño, el film de su viejo conocido Juan de Orduña fue un resonante éxito sorpresa. Había que aprovecharlo. Reinstalada en la España de Franco, Sara se olvidó de sus amigos rojillos para convertirse en atracción internacional de boletería durante más de una década personificando a la buena chica convertida en mujer fatal y ¡cantante famosa! En 1971, para Sara el cine y su galán-amante frecuente, Maurice Ronet, eran cosas del pasado. Inició entonces una era prolongadísima de presentaciones personales cantando por el mundo. ¡Otra! etapa de su carrera que solo la muerte cerró en el 2013.

Su Majestad

Con la restauración de la monarquía española la Saritísima de la época del Generalísimo utilizó sus iniciales SM para asociarlas con Su Majestad, fue entonces cuando casi invariablemente en su lustrosa cabellera se instalaron tiaras, diademas y muchas veces collares que cambiaban el escote para coronar tan célebre testa. En su álbum de notables tampoco faltaron las imágenes de Sara, su marido/manager Pepe Tous y los dos hijos adoptivos de la pareja con Sus Altezas Reales, Doña Sofía y Don Juan Carlos, quien prefirió en este caso los dinosaurios a las cacerías de elefantes.
En los albores de los ’80 -pleno destape español-, esas mismas afortunadas iniciales SM servirían para una nota gráfica en Hola: Sara ¡SadoMasoquista! Allí lucía el leather-look: botas hasta el muslo, correas, tachas, peinado punk, labios negros y amenazante látigo. Aunque su actitud era temeraria, la familia española -cocinando el sofrito o leyendo el tebeo en el tresillo- admiraba la capacidad de su mito nacional de reinventarse de acuerdo a las modas. ¡Qué tía esta, Doña Sara de la Mancha!
Desde su inicio, el fenómeno Sara Montiel trajo consigo verdaderas legiones de “saritófilos”. Estos especímenes se dividían en incondicionales y en cuestionadores que a pesar de su admiración no excluían dosis tolerables de ironía y sorna. En este último grupo, además de adjetivos como “camp” y “kitsch” -ajenos al diccionario de la Real Academia-, circulaba la leyenda de que antes de iniciar cada película Sara se sometía a un severo régimen de adelgazamiento para llegar al set impecable. Previsores directores como Amadori, Tulio Demicheli, Rafael Gil o Mario Camus privilegiaban en la primera semana de filmación los planos generales donde se la viese de cuerpo entero ya que la silueta iba ensanchándose a medida que transcurrían los días. Una vez protegidos, se dedicaban a tomas más cercanas donde los armoniosos rasgos y la fabulosa piel de Sara -realzada por iluminadores importados de la Ciudad Luz- lograban close-ups que dejaron sin respiración a dos generaciones.

La perseverancia del mito

Una fotografía publicada en Interviu tomada
con zoom mientras navegaba en su barco
que causó un escándalo.
El programa souvenir de uno de sus shows -una verdadera joya- es bastante representativo de la vocación de la Montiel por el arte de sublimar. Bastan tres ejemplos divertidos: en la lista de salas donde la diva hizo sus shows, nuestro Cine-Teatro Opera figura como Teatro de la Opera de Buenos Aires. Es decir, invitaba al espectador ignorante a suponer que había cantado en el equivalente del Metropolitan de Nueva York o de la Scala de Milán. Muy astuto.
Ladislao Vajda, un tenaz artesano húngaro que aportó su oficio al cine español de los ’40 y ’50 -murió sorpresivamente en 1965 mientras filmaba con Sara Cada noche un amor sin que nadie la culpase del infarto-, pasó en su filmografía oficial a figurar simplemente como ¡Wajda! Una confusión oportuna teniendo en cuenta el prestigio del que gozaba el polaco Adrzej Wajda por La tierra prometida, Cenizas y diamantes y El hombre de hierro.
La foto donde se la ve con Hitchcock en el set de El hombre equivocado ostenta al pie la leyenda: “el rey del suspense, otro gran amigo y admirador de Sara”. ¡A tomar por culo, princesa Grace Kelly!

En la década del ’90 -ya Saritona-, se mostraba reflexiva como Freud, estratega como Churchill, revolucionaria como el Che, pícara como Groucho Marx y voluminosa como Orson Welles, luciendo ella también en sus sensuales labios ostentosos puros. Fiel a su tiempo, en sus últimos estertores mediáticos el octogenario mito era figura frecuente de programas chatarra de TV donde -como Moria y Carmencita- con su contemporánea Marujita Díaz intercambiaban, con cierta dosis de auto parodia, agravios y ordinarieces. Triste final.
La Sara del esplendor quedará preservada en algunas entrañables canciones y, sobre todo, en sus torpes, convencionales, moralistas -pero irresistibles- films españoles “estilo Sara Montiel”. También, por qué no, en la habilidad de los muchos transformistas que, mediante el artificio, logran hasta superarla en sugestión.

Kado Kostzer es dramaturgo, director teatral, periodista.

1 comentario:

Flamenco dijo...

Otra de tantas artistas que ha sido más conocida por sus rarezas que por su arte.