Roberto Arlt nos describe con absoluta sinceridad y crudeza el tiempo literario que le ha tocado vivir
Por Roberto Famá Hernández
Fue Roberto Viaggiatore,
un viejo librero del barrio de Flores, muy fanático de Arlt, quien me retó a
entrevistarlo:
“Vos, yo, y todos
sabemos bien – me
dijo - que Roberto Arlt no gozó del reconocimiento de sus pares, más bien, nuestro
admirado tocayo sufrió el desprecio de la elite cultural de su época. Pero lo
que no sabemos muy bien, es que pensaba Arlt de los referentes culturales de su
tiempo. ¿Por qué no lo vas a ver en el pasado y le sacas un lindo reportaje
donde él opine sobre eso? ¿Te animas?”
Cuando Viaggiatore me tira un guante semejante
a la cara no me queda otra opción que recogerlo, así que discutimos un poco en
que momento de la vida de Arlt era mejor ir a entrevistarlo. Yo propuse julio
de 1942, poco antes de su muerte, pero Viaggiatore opinó en que lo mejor era ir
unos 90 años atrás, allá por agosto de 1929, luego de “Juguete Rabioso” y poco
antes de “Los Siete Locos”. Como nunca pude ganarle una discusión a
Viaggiatore, acepté sin más trámite.
Al día siguiente
ya estaba yo viviendo el miércoles 28 de agosto de 1929, un poco antes de las
diez de la mañana, preguntando por Arlt en la redacción de “El Mundo”. Me
contestaron que no vendría, que se había tomado unos días de licencia porque
quería corregir algunos escritos suyos muy importantes.
De inmediato
di por hecho que, otra vez, Viaggiatore tenía razón, que seguramente Arlt estaba
trabajando en los toques finales de “Los Siete Locos” que Latina editaría en
noviembre. Además, viendo el clima que se vivía en la redacción del diario, me
di cuenta que había llegado en un momento interesante; el dirigible Graf
Zeppelin completaba su primer vuelo alrededor del mundo mientras en Londres
aceleraban su propio dirigible, el R100 y la gente del diario, leyendo los
telegramas parecía fascinada con la idea de estar viviendo un futuro
revolucionario. Yo estaba también fascinado, pero por estar en un pasado revolucionario
para nuestra historia literaria; un tiempo desbordado por polémicas virulentas
entre los mayores referentes de nuestras letras y ansioso por saber por boca
del propio Arlt que pensaba él de aquel presente literario.
En la
redacción me facilitaron la dirección donde Arlt estaba alojado; era a muy
pocas cuadras de allí; me comentaron que era el departamento de Conrado Nalé
Roxlo, frente al Parque Lezica y que Nalé se lo había prestado a su amigo
mientras Conrado estaba en Uruguay. En horas de la tarde logré que Arlt me
reciba allí.
Un edificio
de altos, una habitación que, a las claras, se evidenciaba como el refugio propio
de un escritor. Estar frente a uno de los hombres más importantes de nuestra
literatura para reportearlo no es fácil; el primer esfuerzo es no dejarse
llevar por la admiración, el segundo es que no se note que uno ya conoce el
futuro que le espera al entrevistado y a los escritores que serán nuestro tema
de conversación.
Arlt me
recibió con cierta curiosidad, le expliqué que era para una nueva revista aún
por presentarse en sociedad y que no podía, por esa razón, dar mayores detalles
del medio para el que escribiría. Sonrío intrigado y al momento apartó el
sillón del escritorio hasta colocarlo junto a una pequeña mesa con base de
mármol. Yo ocupé una silla a su derecha, del otro lado de la pequeña mesa,
mientras él se desparramaba cómodamente en el sillón.
Luego de algunos rodeos le
expliqué que lo que buscaba en la nota, era que me hable de los escritores de
nuestro país, que me diera su opinión sobre ellos. Me miró fijo, se echó sobre
el respaldo del sillón, abrió sus brazos y con cierta ironía me dijo:
¡Pero hombre, eso es hacerme hablar
mal de todo el mundo!
Bueno, no me
hable mal de todo el mundo, sólo hablemos de algunos referentes de nuestra
cultura nacional.
Vea, si por cultura usted entiende
una psicología nacional y uniforme, creada por la asimilación de conocimientos
extranjeros y acompañada de alguna característica propia, esa cultura no existe
en la Argentina. Aquí lo único que tenemos es un conocimiento superficial de
libros extranjeros.
Pero… ¿Y nuestros autores?
Una fuerza vaga que no sabe en qué dirección expansionarse.
Saca de su cigarrera dos cigarrillos Abdulla,
me invita uno, lo acepto. Me habla maravillas de las propiedades del tabaco turco y agrega que no son caros. Enciende un fósforo de cera, me da fuego y
con el mismo fósforo, quemándose casi la yema de sus dedos enciende el suyo.
Pita fuerte, vuelve a recostarse sobre el respaldo del sillón y volviendo sobre
el hilo de la conversación literaria me dice:
Por consiguiente, mi amigo… no hay una cultura nacional. Y
las obras que llamamos nacionales, como el “Martín Fierro” sólo le pueden
interesar a un analfabeto. Ningún sujeto sensato puede deleitarse con esa
versada; parodia de coplas de ciego que ha enternecido, según parece, a los
corifeos de la nueva sensibilidad…
Detrás de sus palabras creo ver un fastidio
ya viejo. Se levanta, camina con el cigarrillo entre sus labios y con ambas
manos en los bolsillos de su pantalón, queda de espaldas a mí varios segundos, fumando
y mirando por la ventana hacia el Parque Lezica. De pronto gira y me dice:
Los países que más activamente influyen en nuestra formación
intelectual son, sin disputa alguna, España, Francia y Rusia. Las literaturas
inglesa y alemana no han encontrado traductores ni siquiera interés en nuestros
editores. De allí que desconozcamos casi uno de los filones más importantes de la
cultura, que ha elevado la civilización de los pueblos.
¿Cómo entiende usted, la dispar
influencia que hay entre nuestros escritores?
Mire; usted puede dividir a los escritores argentinos en tres
categorías; españolizantes, afrancesados y rusófilos…
Mientras Arlt regresa al sillón. Le
pido que, por favor, me cite algunos nombres
Entre los españolizantes ahí tiene usted a Banchs, Capdevila,
Barnárdez, Borges… Entre los afrancesados mire usted a Lugones, Obligado,
Güiraldes, Iturburu, Nalé Roxlo, Lascano Tegui, Mallea y le diría Mariani,
entre sus actuales tendencias…
Apaga el cigarrillo sobre un cenicero
de bronce con forma de hoja de parra y se sienta en silencio. Le reclamo que me
faltarían los rusófilos.
Ahí ubíqueme a mí… También Castelnuovo, Eichelbaum, Barletta,
Eandí, Enrique González Tuñón…
Rusófilos, serían, entonces, todos
los del llamado Grupo Boedo.
Digamos que sí, casi todos.
¿Qué le gusta de nuestros escritores?
Me gustan ciertos poemas de Lugones, Obligado, Córdova, Rega
Molina, Olivari… Aunque no me extrañaría, por ejemplo, que Lugones saliera un
día escribiendo una novela sobre algún conventillo; está tan íntimamente
desorientado este hombre, que dispone de un instrumento verbal muy bueno, pero
de unos motivos tan ñoños que…
¿Y Ricardo Rojas?
Rojas creo que únicamente puede interesar a las ratas de
bibliotecas y a los estudiantes de filosofía y letras. En cambio Lynch y
Quiroga me gustan mucho. Quiroga tiene antecedentes de literatura inglesa y se
le podría filiar entre Kipling y Jack London por sus motivos. Pero eso no
impide que sea con su barba una figura respetable… (Ríe)
¿Gálvez?
¡Yo no sé hacia dónde camina Gálvez! Me da la sensación de
ser un escritor que no tiene sobre qué escribir. Comenzó queriendo ser un
Tolstoi y creo que terminará como un vulgar marqués de la Capránica, haciendo
novelones históricos. Francamente creo que Gálvez no tiene nada que decir ya.
¿Enrique Larreta?
Un señor de buena sociedad, con mucha plata, que tarda en
escribir una novela mediocre como “Zogoibi” lo que otro tardaría en escribir
una novela buena. Su único libro, “La Gloria de Don Ramiro”, no creo que lo
autorice a ese señor a hacerse festejar en todas partes como si fuera un genio.
En realidad, Larreta es inferior a Manzoni; quizá, literariamente, uno de los
escritores más hondos que tenemos.
Arlt deja nuevamente el sillón y
camina hacia el lado opuesto de la habitación. Abre un aparador cristalero de
roble y espejos biselados, del que toma dos copas y una botella de cognac
Martell. Regresa al sillón y mientras sirve ambas copas, me dice:
Todos estos prosistas serían en España, Francia e Italia,
escritores de quinto orden. Les falta “metier”, inquietudes, problemas,
sensibilidad y todos los factores nerviosos necesarios para interesar a la
gente. Salvo Quiroga y Lynch, estos caballeros de los que hemos hablado, lo que
podrían hacer es dejar la pluma y lo que usted llama “la cultura nacional” no
perdería nada.
Pero a su juicio; ¿cuál de todos
ellos, tendría la personalidad, el espíritu literario maduro?
¡En nuestro país ese espíritu no existe!
¿Y candidatos a serlo?
Ah! Candidatos a serlo, seríamos varios! Pero hay que
trabajar y aquel que se va a poner las botas de potro, aún no ha mostrado ni la
uña. ¡Qué esperanza!
Bueno, digamos, los que se aproximan,
al menos en este momento.
Vea; como cuentista, Quiroga. Poeta, Lugones. Ensayista,
Rojas. Novelista, Larreta… ¡Pero entendamos, en la Argentina de este momento!
Entonces, de todo este momento
literario, ¿no quedará nada en las bibliotecas dentro de cien años?
¡Sí, quedará! Quedará seguramente Güiraldes con su Segundo
Sombra; Larreta con “La Gloria de Don Ramiro”; Cstelnuovo con “Tinieblas”,
Mallea con “Cuentos para una inglesa desesperada” Quizás yo con “El Juguete
Rabioso”… De todos estos libros algo va a
quedar. El resto se hunde; hay escritores con más
fama de la que merecen.
Hablemos un poco de los escritores de
las nuevas tendencias agrupadas bajo el nombre de Florida.
Me interesa Armando Villar, que creo encierra un poeta
exquisito, Barnárdez, Mallea, Mastronardi, Olivari y Alberto Pinetta. Esta
gente, con excepción de Mallea y Villar, por lo hecho hasta ahora, no se sabe a
dónde van ni lo que quieren. Los libros más interesantes de este grupo Florida,
son “Cuentos para una inglesa desesperada”, “Tierra Amanecida”, “La Musa de la
Mala Pata” y “Miseria de Quinta Edición” De Bernárdez podría citar algunos
poemas y de Borges algunos ensayos.
Hablemos ahora, entonces del Grupo
Boedo.
Allí, anote en su libreta a Castelnuovo, Mariani, Eandi, Barletta
y a mí. La característica de este grupo sería su interés por el sufrimiento
humano, su desprecio por el arte de quincalla, la honradez con que ha realizado
lo que estaba al alcance de su mano y la inquietud que en algunas páginas de
estos autores se encuentra y que los
salvará del olvido.
¿Qué imagina que pensarán en el
futuro de los escritores de Boedo?
Cuando las nuevas generaciones vengan y puedan leer algo de
todo lo que se ha escrito en estos años, se preguntarán: ¿Cómo hicieron estos
tipos para no dejarse contagiar por esa ola de modernismo que dominaba en todas
partes?
Arlt mira mi libreta de apuntes, la
toma y ve que escribí poco. No puedo decirle que tengo un grabador a pilas en
el bolsillo pequeño de mi saco y que los periodistas de este siglo ya no usamos
tanto la taquigrafía: - Tengo muy buena memoria y uso poco la taquigrafía – le
digo mientras me devuelve la libreta.
¿Ve, usted? Hay quienes tienen una buena herramienta para
trabajar pero la usan poco… Así se puede entender también a los escritores
desorientados; aquellos que tienen herramientas buenas pero las usan poco,
porque les falta el material sobre el que desarrollar sus habilidades, estos
son los que yo llamo escritores desorientados…
¿Algunos ejemplos?
Bernárdez, Borges, Mariani, Córdova Iturburu, Raúl González
Tuñón, Pondal Ríos… La desorientación de estos escritores yo la atribuyo a la
falta de un problema religioso y social coordinado en estos hombres. Fíjese;
Roberto Mariani es un escritor en “Los Cuentos de la Oficina” y es otro tipo de
escritor en “El Amor Agresivo” y finalmente otro muy diverso en los cuentos que
ha publicado en “La Nación” Lo mismo podemos decir de Córdova Iturburu, “El
pájaro, el árbol y la fuente” es completamente
distinto del autor a “Las danzas de la luna”. Igual digo de Raúl González
Tuñón; “El Violín del Diablo” parece ser una obra de un escritor distinto al
autor de “Miércoles de Ceniza”
Pero, no me queda claro que tenga relación con la falta de un problema social o religioso.
Es así, porque estos hombres tienen inquietudes intelectuales
y estéticas y no espirituales e instintivas. Esta gente, a excepción de
Mariani, no cree que el arte tenga que ver con el problema social, ni tampoco
con el problema religioso. Y entonces trabajan con pocos elementos, fríos y
derivados de otras literaturas en decadencia.
¿Qué me puede decir de los
suplementos literarios de los diarios?
El suplemento literario de “La Prensa” está acaparado por
tres escritores argentinos que pueden agradar al público que lee los avisos de
ese rotativo. Bufano, Fernández Moreno y Fausto Burgos, tan calamitoso este
último, que muchas veces me he preguntado “qué es lo que piensa” el director
del suplemento para aceptarlo. El caso de Fernández Moreno es más claro y se
dirige a las horteras que los pueden entender, ahora, Alfredo Bufano, ¡es el
acabose!
¿Y el suplemento de “La Nación”?
Ah, el suplemento de “La Nación” por el contrario, es un
disloque. Ha publicado ya tanta inocentada y su aparente eclecticismo es tan
indigesto, que ya nadie tiene interés en publicar en La Nación. Pero ninguno de
estos dos suplementos realiza un plan cultural. El público mira las fotografías
y hace a un lado el suplemento cultural, lo tira al cesto. Si no me cree, vaya
usted un domingo a la mañana a una estación del subterráneo, ahí podrá
verificar lo que le digo.
¿Y en cuanto a las revistas como
“Nosotros”, “Criterio” y “Síntesis” que me puede decir?
¡Que son revistas que no he leído nunca!
¿Y en lo que respecta a Claridad?
Que está mal escrita, peor compuesta y sin un método
inteligente, pero tiene un público obrero y desempeña una misión social muy
útil.
¿Qué opina usted de Roberto Arlt?
¿Qué opino de mí mismo? Que soy un
individuo inquieto y angustiado por este permanente problema: de qué modo debe
vivir el hombre para ser feliz, o mejor dicho, de qué modo debería vivir yo
para ser completamente dichoso. Como uno no puede hacer de su vida un
laboratorio de ensayos por falta de tiempo, dinero y cultura, desdoblo de mis
deseos personajes imaginarios que trato de novelar y al novelar estos
personajes comprendo si yo, Roberto Arlt, viviendo del modo A, B o C, sería o
no feliz. Para realizar esto no sigo ninguna técnica, ni ella me interesa.
¿Tiene un plan de trabajo a la hora
de escribir?
Roberto Mariani, mi buen amigo, me ha
aconsejado siempre el uso de un plan, pero cuando he intentado hacerlo he
comprobado que, a la media hora, me aparto por completo de lo que proyecté. Lo
único que sé es que el personaje se forma en lo subconsciente de uno como el
niño en el vientre de la mujer. Que este personaje tiene a veces intereses
contrarios a los planes de la novela, que realiza actos tan estrafalarios que
uno como hombre se asombra de contener tales fantasmas. En síntesis, este
trabajo de componer novelas, soñar y andar a las cavilaciones con monigotes
interiores, es muy divertido y seductor.
¿A qué público de hombres y mujeres
se dirige?
Al que tenga mis problemas. Es decir:
de qué modo se puede vivir feliz, dentro o fuera de la ley.
¿Le interesa
un número amplio o reducido y selecto de lectores?
Eso es secundario. Ni muchos ni pocos
lectores me harán mejor ni peor de lo que soy.
El tiempo de la entrevista se acorta
y el que se haya puesto de pie, me indica que es hora de las últimas preguntas.
Arlt, ¿cómo ve usted en su porvenir
como escritor?
Tengo una fe inquebrantable en mi
porvenir de escritor. Me he comparado con casi todos los del ambiente y he
visto que toda esta buena gente tenía preocupación estética o humana, pero no
en sí mismos, sino respecto de los otros. Esta especie de generosidad es tan
fatal para el escritor, del mismo modo que le sería fatal a un hombre que
quisiera hacer fortuna ser tan honrado con los bienes de otro como con los
suyos. Creo que en esto les llevo ventaja a todos. Soy un perfecto egoísta. La
felicidad del hombre y de la humanidad no me interesa un pepino. Pero en cambio
el problema de mi felicidad me interesa tan enormemente, que siempre que lance
una novela, los otros, aunque no quieran, tendrán que interesarse en la forma
en que resuelven sus problemas mis personajes, que son pedazos de mí mismo.
¿Eso lo diferencia de otros
escritores de su tiempo?
Aquí los escritores viven más o menos felices. Nadie tiene
problemas, a no ser las pavadas de si tal palabra ha de rimar o no. En
definitiva, todos viven una existencia tan tibia que un sujeto que tiene
problemas, acaba por decirse: “La Argentina es una jauja. El primero que haga
un poco de psicología y de cosas extrañas, se meterá en el bolsillo a esta
gente”.
Me despido de Arlt con un fuerte
apretón de manos; me hace prometer que le haré llegar el primer número de la
nueva revista donde publicaré esta nota; una promesa que nunca podré cumplir, pero sé que dentro de 90
años me sabrá disculpar.
*No las preguntas ni las circunstancias, pero las palabras adjudicados a Roberto
Arlt en este reportaje “intervenido” le son propias en un reportaje real publicado
en el N°12 de la Revista “La Literatura Argentina” de Agosto de 1929.