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Lyda Borelli , la gran actriz italiana en Buenos Aires Año 1914

"La divina Borelli" la mujer fatal del cine mudo actuó en Buenos Aires 


Lyda Borelli , la gran actriz italiana actuó también en Buenos Aires, fue en el legendario teatro Odeón, junto a Antonio Gandusio y Ugo Piperno, del 15 al 31 de julio de 1914 con la obra “Guerra in tempo di pace”. Luego presentó “Salomé” de Oscar Wide en la misma sala y en Setiembre se presentó en el antiguo Teatro San Martin con “pochades francesas y vaudevilles alegres”  (comedias ligeras)  Borelli intenta filmar en Buenos Aires pero por razones contractuales no se lo permiten.  

La pieza de mi colección que hoy publico es el programa de mano del miércoles 22 de julio de 1914 de su presentación en el Odeón con “Guerra in tempo di pace”  




"La divina Borelli" cautivó a millares de espectadores del cine mudo italiano desde 1913 hasta 1918 y construyó una imagen de "mujer fatal" con títulos como Rapsodia Satánica, Fior di male, Malombra, Una noche en Calcuta.


El mismísimo Roberto Arlt la había admirado en cines del barrio de Flores y seguramente pudo verla actuar cuando en 1914 sube al escenario del Odeón, acompañada por Ugo Piperno (que luego en 1917 filmaría junto a Borelli La Storia Dei TrediciI) y Antonio Gandusio el actor italiano de espalda encorvada, cara irregular y voz grave que también alcanzara cierta fama interpretando comedias ligeras y luego dirigiendo obras de Pirandello.

Una semana después de presentarse en Buenos Aires la “Gran Guerra” se desata en Europa y Borelli duda en volver a Italia. Finalmente, en Octubre de 1914 parte hacia España. Al llegar la espera un reportaje  en la revista española EL CINE de noviembre de 1914  donde se lee:



“Se abre una puerta, y aparece una hermosa mujer, con la sonrisa en la flor de sus labios. Es alta sin exageración, de andar reposado, y con ademan suelto. Sobre el nácar de su carne brillan con reflejos de oro las hebras de su cabello. La reja de sus pestañas encierra el misterio de los ojos; enigmáticos ojos que deben saber mirar con amor en trances de ternura y rencorosos, como los del tigre en acecho, cuando la trágica hora de la venganza lo requiere.
Así es la mujer que se adelanta tendiéndome amigablemente la mano; así es Lyda Borelli.

— Perdone si le he hecho esperar,—me dice en correctísimo castellano.

— He nacido, como quien dice, en las tablas, pues toda mi familia forma una pléyade de artistas. El mio padre Napoleone, fue un gran actor dramático… El cinematógrafo en mí, es transitorio. A mi arte, el de la dramática, le tengo mucho amor para abandonarle; se pueden armonizar.

— ¿Cómo fue el dedicarse a la película?

— Primeramente, porque en el cinematógrafo hay un campo sin trillar que es el del verdadero arte. El público está cansado de tanto argumento policíaco. Esa serie de films en que intervienen ladrones de levita; en cuyo transcurso se inculcan y enseñan lecciones de pillería, tienen un sabor insano. ¿Por qué? Yo soy partidaria del drama humano, del que sea posible en la vida… Hasta ahora llevo hechas cinco películas.

— ¿Qué película hizo primero?

— Pero mi amor no muere. Y a continuación: El recuerdo del otro y La mujer desnuda.

— ¿Y en la actualidad?

— La última que he creado es la titulada Rapsodia satánica.

— ¿Tardará mucho en proyectarse?

— No le puedo decir, pero supongo que será pronto, porque sólo falta el poema musical del Maestro Mascagni.

— ¿Ha sido impresionada en América?

— No señor. En Roma.

— ¿Pues no viene usted de la Argentina?

— Si señor, de Buenos Aires; pero allí no he trabajado. Varias casas pidieron permiso a la que estoy escriturada que me consintiera actuar, y ésta, lo negó.

— Luego su labor ha sido teatral.

— Vuelvo muy contenta de la tournée, Figúrese que en el teatro Urquiza de Montevideo ¡me hicieron hablar! Yo creo que esta es costumbre muy americana, porque en Uruguay me sucedió lo mismo.

— ¿Qué arte de los dos que usted cultiva, le parece más difícil?

— Pues a decir verdad, no sé, porque a mi entender son dos artes completamente distintos. Ya ve usted Max Linder; en la película de su género, es insustituible, y en cambio en el escenario no pasa de ser una vulgaridad. Sin embargo, en la cinematografía se lucha solamente con la mímica mientras que en el teatro además de esto se necesita decir bien.

— Y esto mismo ¿no puede ser una ayuda que compense las deficiencias del gesto?

—A veces en lugar de ser ayuda, es estorbo. No lo creo. El público del cinematógrafo, que todavía se puede decir es juguete de niños, suele ser sencillo e ingenuo. En cambio en el teatro, la decoración varía. Ambos artes hablan a las colectividades y hay bastante diferencia de una a otra.

— ¿Que actores de films la parecen mejor?

— Para mi todos son buenos, pero mis simpatías se las lleva Napierkowska, Robinet, Max Dearly…

(¿Y de los españoles?)
— No puedo darle mi opinión, pues si bien conozco a Rosario Pino, Thuiller, Maria Guerrero y Mendoza y tengo de ellos un alto concepto, mis profecías tal vez resultasen equivocadas hablando del cinematógrafo.

— Y de los autores españoles…

— Otra pregunta que no puedo contestar y por la misma razón. He leído algo de Benavente, pero no para formular un juicio.

— Se ve que le gusta leer, estudiar…

— Esa es mi vida, en los ratos libres mi compañero es el libro.

— ¿Y quién mejor? Yo tenía noticias de que se casaba.

— No haga caso. Son rumores que por Italia corren cada dos meses. Por ahora conténtese con saber que no tengo ningún amor. ¡Con lo que me gustaría estar enamorada!

Y al decir esto Lyda eleva sus ojos misteriosos a las alturas y junta las manos como si de sus labios brotase una oración…

— Y bien. Desde aquí ¿adónde irá?

— Pues un mes al teatro Carignano de Torino. Y después quizá descanse un poco en Spezia, mi tierra.

— ¿Le gusta viajar?

— Mucho. Siempre encuentro emociones nuevas. En el vapor que me ha traído a España, en el Regina Elena, venían unos cincuenta alemanes que marchaban a incorporarse al ejército de su nación. Al llegar a Gibraltar, otro vapor inglés abordó al nuestro e hizo prisioneros a todos los subditos del Kaiser. Era una noche en que llovía torrencialmente. Una noche, que perdurara en mis recuerdos con la misma intimidad que el día que en Toledo visité la casa del Greco.
¡Si usted hubiese visto con que serenidad y resignación, aquellos alemanes, pasaban uno a uno por entre las bayonetas de los marinos británicos!
Desde nuestra cubierta les vimos llegar con la gorra en la mano hasta la borda del buque inglés. Y cuando ya sólo distinguíamos un borrón en la superficie del barco, llegó a nuestros oídos la tonada armoniosa, mezcla de salmodia y canción bélica del himno germánico que entonaban los prisioneros. En tanto, el vapor se alejaba, se alejaba… Créame señor Villán; entonces lloré, y ahora, usted lo ve, los ojos se me humedecen, Yo, que no soy ni francesa ni alemana, desde aquel momento reniego de la guerra…

He ahí lectores un corazón de mujer; ya conocéis un alma de artista; ya conocéis a Lyda Borelli.

Se hace una posse: nuestro fotógrafo senor Olalde dispara el magnesio, y un relámpago pone punto a mi grata visita.
Delfin Villán Gil (El Cine, 7 noviembre 1914)



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