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LOLA MEMBRIVES "El Embrujo de Doña Lola" por Rómulo Berruti

LOLA MEMBRIVES

Rómulo Berruti, de extensa e intensa carrera en el periodismo de espectáculos, nos ha cedido gentilmente este anticipo de su próximo libro sobre "Historias de Camarín" donde nos cuenta sobre el embrujo de Doña Lola Membrives. Gracias, maestro, por este aporte y por su aliento permanente a este blog:

EL EMBRUJO DE DOÑA LOLA
(Por Rómulo Berruti)



 (Rómulo Berruti actualmente conduce los domingos de 11 a 14 en la fm 92.7 el programa Plumas, bikinis y tangos (www.la2x4.gov.ar). Produce y presenta también un ciclo de cine semanal en la Universidad Nacional de Lanús (UNLa) los jueves a las 19 en 29 de setiembre 3901, Remedios de Escalada Provincia de Bs As y podemos leerlo en su blog)

La conocí allá por los 50, cuando todavía su nombre valía como  sinónimo de teatro. Era dueña de una de las principales salas de Corrientes, la misma que hoy se llama como ella. Por entonces, se denominaba Cómico. Y cuando su propietaria era a la vez cabeza de compañía, Buenos Aires tenía una presencia de lujo. Quien la haya disfrutado desde la platea, no podrá olvidarla jamás. Y si como en mi caso se tuvo el privilegio de conocerla de cerca, doña Lola Membrives será para siempre un personaje único. Actuando, era gigantesca. Nadie -incluyendo a su colega y rival en todos los terrenos, la gran Margarita Xirgu- decía como ella. Su manejo de los tonos era de tal calidez y sutileza, que podía recorrer toda una gama de conductas e intenciones en una sola frase. Sus murmullos  llegaban hasta la última fila y sus rugidos ponían los pelos de punta. El manejo corporal, magnífico, encerraba lecciones íntegras de actuación.
No resulta novedoso, para la gente del medio, que Lola no era querida. Arrogante, codiciosa,  feroz con el resto del elenco, eran reproches que se oían por ahí. Su franquismo le ganaba antipatías súbitas y rencores macerados en el vinagre de la contienda civil española. Su talento, envidias sordas, que roían como una metástasis el corazón de otras actrices.
No me consta que tanto rechazo tuviera justificación real. Lo que sí puedo decir es que Lola era dueña de un carisma extraordinario. Fuera ya del escenario, en la intimidad del camarín o en el confortable living de su casa, costaba desprenderse de su mirada intensa, anidada en unos ojos oscuros que emitían ternura y autoridad al mismo tiempo.
Como en la escena, oírla generaba una rara hipnosis. Una noche, luego de la  función, que yo -con doce o trece años- había seguido sin respirar desde un palco, bajamos al  camarín. Mientras acomodaba su ropa en el perchero, me miró de refilón y le preguntó a mi tío  Alejandro: "Este chico no se aburre con Benavente...? Qué futuro le espera?" Antes de la respuesta, me tomó de los hombros y mirándome muy hondo, sentenció: "Estás perdido, hijo mío, te gusta el teatro y te gusta la noche. Quiera Dios que tus padres no te sueñen abogado, médico, ingeniero o algo de eso. Les darás un gran disgusto..." Está demás decir que así fue.
 Algunos años después, con el vaticinio cumplido, ya que había empezado a saborear las redacciones de los diarios buscando mi camino profesional, la visité en la administración del Cómico. Estaba con su hombre de confianza, un señor maduro  agradable y algo tartamudo, que veía por sus ojos y adivinaba cada uno de sus deseos: Jacinto Fernández. Lola estaba irritada, molesta. Con la planilla de recaudaciones en la mano, revisaba las cifras y movía la cabeza de un lado a otro. De pronto lanzó una pregunta sorprendente: "Oye, Jacinto... ¿Por qué el teatro de enfrente hizo más que nosotros?" - Breve silencio y la disculpa balbuceante: "Bueno, Lola, tu sabes como es el teatro, a veces ganamos nosotros, a veces ellos..." Lola lo fulminó con la mirada y desarrajó este verdadero misil de omnipotencia: "Jacinto, nada de a veces. Tenemos que ganar nosotros". Fernández –quien, según creo,  amó siempre perdidamente y en silencio a su patrona- escondió una sonrisa comprensiva y la tranquilizó: "Está bien, Lola,  ganaremos, ganaremos. Vete a descansar, que son más de la una..."
Siempre se ha dicho -y con motivos- que los actores de verdad, los que están forjados en la fragua del teatro, son capaces de proezas físicas. La Membrives fue un ejemplo formidable de este curioso fenómeno, recurro nuevamente al recuerdo personal. Ya en el ocaso de su carrera, con serios achaques propios de la edad (había superado los ochenta) Lola hizo por última vez "La malquerida", su trabajo máximo, la cúspide de su temperamento y oficio. Estuve entre cajas viendo una función. Lola dejaba el camarín con ayuda, vacilante, atendida por su hijo, el gran endocrinólogo Juan Reforzo. Sin embargo, en el instante de salir a escena, tomaba aire, se erguía, ganaba estatura y agilidad, se alisaba las faldas y tenía de pronto cincuenta y tantos años. Acababa de convertirse en la Raimunda y la encarnaba como antes, como siempre. Hasta su rostro se iluminaba con una extraña, milagrosa juventud. Misterio biológico cuya clave se esconde en lo más profundo del alma. Secreto que los grandes artistas guardan bajo siete llaves


LOLA MEMBRIVES EN "Mayá" 1930
Lola en su interpretación de Mayá
Esta fotografía de Lola Membrives  es una verdadera rareza, y me fue cedida gentilmente también por Rómulo Berruti. Aquí la vemos a Membrives en su interpretación de "Mayá”, de Simón Gantillon, (con adaptación teatral de Azorín) se estrena el 25 de Enero de 1930 en el Teatro Zarzuela de Madrid con la dirección, nada menos, de Gastón Baty, el dramaturgo y director francés que le puso su etiqueta a la vanguardia teatral de los años 20 y 30.  “Mayá” reflejaba el sórdido ambiente de los trabajadores portuarios, de sus vidas degradadas y la tragedia de las prostitutas y sabemos, por las crónicas de la época, que ni el tema, ni la puesta, ni la actuación de Membrives pasaron desapercibidos. En general, la valoración es positiva, salvo casos tales como  Luis Araujo Acosta, que calificó la obra como “un cúmulo de obscenidades” compuesta de “ascos” y que le reprocha a Lola Membrives la elección de semejante obra, o José de la Cueva que dijo que la obra era monótona, cursi y excesivamente declamatoria, pero el ABC, el Heráldo de Madrid, El Imparcial y El Sol, entre otros medios aplauden la obra, la puesta y la actuación de Membrives, y se refleja  que hasta el público se dividía en aplausos por una parte y escandalizados reproches en medio de la función. Pero lo curioso es que quienes protestaban no lo hacían porque la obra o las actuaciones fueran deplorables, sino porque sentían la “obligación moral” de escandalizarse y quienes aplaudían fervorosamente dando vítores  a los intérpretes, no lo hacían porque estaban asistiendo a una presentación espectacular, sino que lo hacían, según los cronistas, para contrarrestar a los otros espectadores indignados. Esta división de aguas, deja claro que lo que tuvo un éxito rotundo, fue el hecho teatral en si mismo porque movilizó de semejante manera al público y a la crítica; ¿qué otra cosa es el hecho teatral, que un hecho artísticamente provocador?

Lola Membrives y Jacinto Benavente
Frente del programa de mano de la presentación de Lola Membrives en Mater Imperatrix de Jacinto Benavente. El Original pertenece a la colección privada de Roberto Famá coleccionesteatrales@blogspot.com
Interior del programa de mano de la presentación de Lola Membrives en Mater Imperatrix de Jacinto Benavente. El Original pertenece a la colección privada de Roberto Famá coleccionesteatrales@blogspot.com
Dorso del programa de mano de la presentación de Lola Membrives en Mater Imperatrix de Jacinto Benavente. El Original pertenece a la colección privada de Roberto Famá coleccionesteatrales@blogspot.com
 Mater Imperatrix es una de las tantas obras que Jacinto Benavente escribiera especialmente para ser interpretada por Lola Membrives, este programa de mano pertenece al estreno en Buenos Aires  año 1951 (Ya la había estrenado Lola en Madrid en Enero del mismo año)
La relación de amistad y sociedad artística entre Jacinto Benavente y Lola Membrives fue única y queda retratada en esta anécdota que nos cuenta que Jacinto Benavente había venido al país por primera vez en 1922 y recorría el país de gira con Membrives, al llegar a Rufino, Lola Membrives pasó a recoger cartas y telegramas; allí se enteró que Benavente había ganado el Premio Nobel de Literatura. Lola Membrives compró una botella de champán y fue a despertar al escritor para celebrar la extraordinaria noticia. Benavente la recibió con calma y, contra lo que esperaba la actriz, decidió completar su gira con Lola antes que retornar a Europa en ese momento tan especial de máxima premiación. 

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