García Lorca estaba en la casa de verano de su familia, la
Huerta de San Vicente, cuando los militares golpistas se adueñaron de la ciudad
el día 20 de julio. Granada era entonces una Comandancia Militar bajo las
órdenes de la Capitanía General de Sevilla, asumida desde el día 19 por el
general Queipo de Llano, uno de los mandos del Ejército que recurrió de forma
más decidida al terror como conducta oficial de los golpistas. La resistencia
de la ciudad fue mínima y heroica, grupos de obreros con escopetas se
atrincheraron en el Albaicín y apenas pudieron resistirse al ataque de la
aviación y de la artillería rebelde. La represión fue, sin embargo, dura, muy
dura, y cruel por lo innecesaria. Ni Queipo de Llano, ni el comandante Valdés
Guzmán, máximas autoridades militares, vacilaron a la hora de aplicar el
exterminio como el mejor método para la regeneración española. Fueron más de
5.000 los granadinos ejecutados, en virtud de los consejos de guerra o de los
paseos de la Escuadra Negra. Entre otros, fueron fusilados el general Miguel
Campins, jefe de la Comandancia Militar y leal a la República, el alcalde, el
presidente de la Diputación, el rector de la Universidad, el director del
periódico más importante de la ciudad, El Defensor de Granada y numerosos
diputados, concejales, profesores, sindicalistas... ¿Cómo no iban a fusilar a
un poeta, al mejor de toda España?
Ingenuamente, quizás, Federico García Lorca no se sintió
realmente amenazado hasta el 9 de agosto, cuando una patrulla irrumpió en la
Huerta de San Vicente en busca de los hermanos del casero, Gabriel Perea Ruiz.
Insultado, golpeado, humillado, temió por su vida y pidió auxilio a Luis
Rosales, poeta amigo, bien situado en el nuevo régimen, por el papel que sus
hermanos falangistas y él mismo habían jugado en la sublevación. Rosales acudió
a la Huerta y se reunió con la familia para valorar las distintas
posibilidades. Federico García Lorca no quiso arriesgarse a cruzar las líneas
enemigas, para pasar a la zona republicana, y prefirió ampararse en el
domicilio familiar de los Rosales, en el número 1 de la calle Angulo. Allí le
llegó la noticia, el día 16 de agosto, de la ejecución de su cuñado José
Fernández-Montesinos, alcalde socialista de la ciudad. Ese mismo día, sobre la
una de la tarde, Ramón Ruiz Alonso se presentó en la casa de los Rosales con
una orden de detención. Ruiz Alonso, antiguo diputado de la CEDA y muy activo en
las labores represivas de los primeros días de la sublevación, cumplió su
cometido de forma espectacular, con tumulto de tropas y cerco de la casa.
El poeta fue conducido al Gobierno Civil. Luis Rosales
intentó liberar a su amigo, pero en el régimen militar que él y sus hermanos
estaban ayudando a imponer no había lugar para ciudadanos como Federico García
Lorca. Angelina Cordobilla, una mujer que trabajaba para la familia Lorca,
llevó comida al detenido las mañanas del 17 y 18 de agosto. Cuando se presentó
en el Gobierno la mañana del 19, le dijeron que el poeta no estaba allí. En
efecto, durante la noche del 18 al 19 fue conducido a La Colonia, una cárcel
improvisada en una villa de recreo, a las afueras de Víznar. Al amanecer, como
escribió Antonio Machado, se le vio caminar entre fusiles, en Granada, en su
Granada. Fue ejecutado junto al maestro Dióscoro Galindo y los banderilleros
Francisco Galadí y Joaquín Arcollas.
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