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Porque Carlín participó del elenco y porque el teatro lo necesita, queremos dedicarle esta publicación deseándole una pronta recuperación.
Es Junio de 1978, la dictadura está en su apogeo, la sociedad amordazada sólo quiere mentirse que somos derechos y humanos y gritar los goles del mundial. En ese clima social Omar Grasso termina los ensayos de "Lorenzaccio" de Alfred de Musset, y es que los artistas siempre encuentran la manera de decir: "Lorenzo de Médici, (Lorenzaccio), tiene una idea que le da vueltas en la cabeza: matar al Duque de Florencia, aunque sea su primo, Alejandro. Lorenzaccio dará validez a la frase que asegura que el fin justifica los medios. Él tiene la fiel convicción de que librará al pueblo de un dictador, pillo, corrupto y degenerado gobernante cuando acabe con la vida del Duque.Lorenzaccio refleja el duro parto de una sociedad gestada dentro del inmenso vientre de la corrupción.Nacer llorando y con un grito desesperado"
Alfredo Alcon
Rodolfo Beban
Marta Bianchi
Carlin Calvo
Pepe Novoa
Susana Ortiz
Ruben Stella
Tony Vilas
Aldo Barbero
Y más...
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OMAR GRASSO:
Cuando falleció en Mayo del 2001, Clarín publicó esta reseña biográfica que es inmejorable para pintar a este maestro de la escena: "Había empezado su trashumancia teatrera de muy joven. Tenía 18 cuando bajó a Buenos Aires desde su Rosario natal y enseguida cruzó a Montevideo. Allí se quedó otros 18 aprendiendo y trabajando en la Comedia Nacional del Uruguay, en el legendario Circular y en El Galpón. Con una beca del gobierno francés viajó a París, donde estudió con Jean-Louis Barrault y Roger Planchon. Estuvo también en Inglaterra. Regresó en el 76. Cuando muchos se tenían que ir Grasso empezó una lucha silenciosa y porfiadamente arriesgada contra la oscuridad siniestra que se instaló en la Argentina. Dirigió una treintena de obras —muchas en el Teatro San Martín— de autores clásicos rioplatenses y universales: Mustafá y Mateo, de Armando Discepolo; Don Juan, de Molière; El jardín de los cerezos, de Chéjov; La muerte de un viajante, de Arthur Miller. En 1981, su puesta de Hamlet, protagonizada por Alfredo Alcón, se atrevió con una lectura cargada de referencias a la muerte como instrumento de los poderosos, que eludió la censura sólo porque el poder de facto no encontró cómo acusar a Shakespeare de guerrillero o comunista. El mismo año estrenó Príncipe azul, de Eugenio Griffero — su lírico aporte a Teatro Abierto— y la primera versión de Ya na die recuerda a Fréderic Chopin, de Roberto Cossa (que repuso en el 98), en la que se aludía al regreso del proscripto Perón. En 1982 obtuvo el premio Molière por Simón, caballero de Indias. En el 85 estrenó Yepeto, también de Cossa, que estuvo cinco temporadas en cartel; en el 88 consiguió otro éxito con El partener, de Mauricio Kartun. Entre otras, en 1990 y con menos fortuna, estrenó su propia obra, Las luces, a lo lejos. Pero ya el discurso humanista latente en su estética no alcanzaba. La crisis económica, social y cultural lo enfrentó con la constatación de que el telón baja, a veces, sin que la función haya comenzado. Estaba acostumbrado a dar pelea, pero había aprendido a hacerlo cuando, por delante, los sueños eran hermosos y parecían alcanzables. Ya no. Y empezó a irse. Con el pudor y la elegancia de siempre"
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Leer el mundo blog, bastante bueno
ResponderEliminarTres intiresno, gracias
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